domingo, 15 de septiembre de 2013

Capítulo VI

Todo acto acarrea una serie de consecuencias. Algunas, inapreciables. Otras, sin embargo, capaces de alterar el universo entero. Lo más increíble de nuestras acciones es que no sabemos cómo van a trascender. Pero hasta la más mínima gota de tinta tiene sus consecuencias.


SEGUNDA PARTE


Capítulo 6
Hena


Llevo ya dos semanas aquí y no he conseguido nada. Le doy otro trago al whisky y noto cómo licor terrestre me quema la garganta. Nada. Veo cómo a mi alrededor varios humanos se tambalean o hablan demasiado alto, pero yo parezco ser inmune a los efectos del alcohol. Ojalá pudiera caer inconsciente como ese hombre y no tener que preocuparme por mis obligaciones, pero la realidad es que no me puedo sacar ese maldito libro y ese colgante de la cabeza. Jamás debiste aceptar esta misión, Hena.


He sido informado de que los enemigos de la monarquía se han hecho con uno de los libros hermanos. Aún no sabemos de cuál de los libros se trata ni las consecuencias que este hecho podría tener en la guerra. Tu misión es ir a la Tierra y recuperar al menos uno de los libros, no podemos permitir que se hagan con ambos, eso significaría nuestra destrucción. He hablado con los Tres Ancianos y me han contado que existe un colgante mágico que posee el poder de conducirte hasta los libros. Dicho colgante emite una señal en una frecuencia que nuestros oídos no pueden captar, pero sí este radar que he diseñado para la misión. Hazte con el colgante y encuentra los libros.”


Esas habían sido las palabras del General Battus. Al principio me parecía una misión sencilla: llegar a la Tierra, seguir el radar hasta el colgante y con el colgante encontrar esos endemoniados libros. El problema surgió cuando llegué y el radar no me proporcionó ninguna información sobre el emplazamiento del colgante. Y no puedo volver a Edath con las manos vacías, el general no es famoso por su benevolencia con aquellos que le sirven mal. Bip. Además, no me gusta este lugar. Es sucio, gris, vacío y está como muerto. Bip. ¿Eh? ¿Ese sonido ha podido ser el...? ¡Sí! ¡El radar da señal! No sé como se ha arreglado pero da igual, tengo que encontrar ese colgante. Pero antes terminaré mi copa.


Mientras sigo el camino que me indica el radar noto cómo una sensación de satisfacción invade mi cuerpo. Por fin voy a avanzar en la misión y seré recompensada como merezco cuando vuelva a Vânt... La verdad es que esta sensación me está empezando a agobiar, no es bienestar, es algo diferente. Siento cómo el mundo empieza a dar vueltas a mi alrededor, ¿qué clase de experiencia es esta? ¿será obra de algún drahül? No, imposible, no estoy en Edath y mucho menos en Tovenar, aquí no hay drahüls. La verdad es que me cuesta pensar, es como si mi cerebro pesara una tonelada. Quizá no sea inmune al alcohol, después de todo. Veo cómo el suelo se acerca a mucha velocidad hacia mi cara y me golpea en la cabeza.
···


Alec


Despierto desorientado. Al principio tengo la sensación de que todo ha sido un sueño y estoy en casa, en Mirr, en la llamada Ciudad de los Espejos. Dicha impresión apenas dura un par de segundos, y enseguida me doy cuenta de que nada ha sido una ilusión, ni siquiera lo que acabo de soñar. No sabría decir por qué, pero no era un sueño corriente. Era real.
En cuanto llego a esta conclusión me levanto rápidamente de la cama y salgo corriendo de la habitación del hotel, sin otra cosa en la cabeza que el cadáver de esa chica. Mientras bajo por las escaleras me doy cuenta de por qué no había sido un sueño normal: lo había soñado yo y estaba en primera persona, pero no era yo el protagonista del sueño. De hecho, ni siquiera los pensamientos que había tenido mientras dormía eran míos, ni estaban narrados con mi voz. Y, por si todo eso fuera poco, me había visto a mí mismo. Sí, era yo, estaba ahí quieto, sin hacer nada, mientras esa humana moría...
Me doy cuenta de que me he parado, anonadado por el hilo de mi razonamiento, pero decido dejar las conclusiones para más tarde y vuelvo a correr. No sé adónde voy, pero parece que algo en mi interior me guía. Giro cuando siento necesidad de girar, sigo recto cuando así me lo pide el cuerpo. Salto vallas, bancos y todo tipo de obstáculos y, sin embargo, voy demasiado lento. Agh, si tuviera mis alas alcanzaría mi destino en una décima parte del tiempo.


···


Hena


Agh. ¿Por qué me duele la cabeza? ¿Dónde estoy? Bip. Intento recordar algo pero lo único que consigo es que el dolor de cabeza aumente. Miro a mi alrededor y veo que estoy en una calle solitaria, tirada en el suelo. Bip. Ha salido el sol. Tengo la sensación de que tenía que hacer algo con urgencia, pero no consigo formar una línea de pensamiento lógica. Trato otra vez de recordar cómo he llegado a esta situación y qué era lo que tenía que hacer. Bip. Recuerdo que estaba en una taberna bebiendo y lamentándome de la dificultad de mi misión, pero entonces ocurrió algo... Bip. Ese sonido... ¡El radar! ¡Tenía que encontrar ese maldito colgante! Me levanto en seguida, lo que me causa un buen mareo, pero me repongo, saco el radar y camino siguiendo la ruta que me indica. Por lo que veo, el colgante no está demasiado lejos, pero aún así será mejor que me dé prisa y me haga con él cuanto antes. Cruzo varias calles y llego a una realmente transitada. Me fundo en la marea humana y me camuflo perfectamente pese a no serlo, mientras voy siguiendo el camino que me marca el radar. Esta calle es realmente larga y ancha, y encima tengo que ir cuesta arriba, pero intento darme toda la prisa que puedo entre la gente. Mientras intento acelerar el paso, noto cómo alguien choca conmigo. Tiene fuerza y casi consigue tirarme, y, sobretodo, se le nota más vivo que al resto. Olvido el encontronazo y me centro en mi tarea; parece que el colgante está un poco más arriba de donde me encuentro. Llego a una plaza, y me encamino hacia el punto amarillo en la pantalla, cada vez estoy más cerca, debería poder verlo ya, me acerco un poco más y... el colgante no está. No puede ser. No lo entiendo, estoy justo donde debería de estar. Según el maldito aparato el colgante tendría que estar enfrente de mí, ¿por qué no está? Me pongo a pensar como una loca, aunque aún me duele un poco la cabeza, hasta que una idea cruza mi cabeza. Miro hacia arriba y veo directamente el cielo. Por lo tanto, la única explicación es que el objeto que busco se encuentre bajo mis pies. La cuestión ahora es cómo acceder al subsuelo. Observo el lugar en el que estoy. Es una plaza no demasiado grande, pero bastante transitada. Miro a la gente, atento a cualquier movimiento peculiar, y, de repente, lo tengo. Varias personas se acercan a un cartel en el que pone “Callao” y desaparecen bajo el suelo. Ese es el camino hacia el colgante.


···


Alec


Avanzo por las callejuelas de esta ciudad hasta que llego a una que parece ser importante. Es más ancha y alargada que el resto y por ella circula mucha gente. Mi instinto me dice que la siga hacia arriba y eso es lo que hago. Hay tanta gente que tengo que aminorar el paso y eso me frustra, de hecho, choco con una chica que también parecía tener prisa. El impacto me llama la atención porque la humana parece tener un brillo en los ojos que sólo le he visto a un par de personas más. Supongo que en este planeta conviven vivos y muertos. De repente vuelve a mi cabeza la imagen chica del sueño muriendo y me pongo de nuevo en marcha, dejando a la causante del pequeño accidente atrás. Llego hasta una plaza bastante concurrida y veo el mismo cartel que aparecía en el sueño, encima de unas escaleras. Recuerdo que en el sueño las bajaba, así que repito el camino que hice en el cuerpo de esa chica y me encuentro con unas barreras que me impiden el paso. No sé qué tengo que hacer para continuar, así que me fijo en los transeúntes que están a mi alrededor y veo cómo sacan una especie de papelito que sirve como llave para acceder al otro lado de la barrera. Tengo algo de dinero terrestre que me dio Shanna al principio de la misión para emergencias, así que lo uso para sacar el peculiar billete y paso la barrera. Al hallarme al otro lado me siento momentáneamente desorientado, tanto que me llego a preguntar qué demonios estoy haciendo aquí, pero la corazonada vuelve y me indica de nuevo el camino a seguir. Llego a una sala más grande, con un hueco alargado en el centro que se pierde por dos túneles y, de repente, recuerdo a la perfección el sueño y lo que ocurre en este lugar. Me pongo a buscar desesperadamente a la chica con la mirada, pero hay demasiada gente y no consigo encontrarla.


···


Hena


Entro corriendo, y lo primero que veo es una barrera con unas puertas, que los humanos abren introduciendo una tarjeta por una ranura. Pienso que no tengo tiempo para eso y la salto, exponiéndome a que los vigilantes de seguridad me persigan, pero parece que tienen cosas más importantes que debatir, pues están todos reunidos hablando bastante nerviosos y no me prestan atención.
Sigo las indicaciones del radar hasta llegar a una sala que parece ser la parada de un tren (o al menos se parece al dibujo del libro de instrucción). La sala está llena de gente, y me tengo que abrir camino a empujones para llegar al lugar marcado por el radar. Se supone que el colgante está delante de mí, pero no lo veo por ninguna parte. Analizo detenidamente el suelo de la mejor forma que puedo entre la marea humana, hasta que me choco con una chiquilla. El golpe no ha sido demasiado fuerte, pero observo cómo la humana se tropieza con otra persona y termina cayendo a las vías. Durante su caída, detecto un brillo inusual en su cuello, y al fijarme mejor me doy cuenta de que, ¡es mi colgante! ¿Por qué lo tiene ella? ¿De dónde lo ha sacado? Me decido a saltar a por él, pero de repente escucho un fuerte sonido y veo unas luces blancas asomando por uno de los túneles.


···


Alec


¿Qué es ese sonido? Miro a mi alrededor y veo unas luces blancas asomar por el túnel y acercarse hacia nuestra posición.
- ¡La va a matar! ¡Que alguien saque a esa chica de las vías!
Miro hacia el lugar que señala la mujer y veo a la chica que ha protagonizado mis extraños sueños. Ella me mira y veo una comprensión infinita en sus ojos y una sabiduría digna de uno de los Tres Ancianos. En ese instante siento que esa chica es importante, que es alguien especial, alguien por quien dar la vida. De repente, me fijo en su cuello y veo a... ¡Ebrai! Me toco el pecho y compruebo que mi colgante sigue ahí. ¿Cómo es posible? ¿Dos Ebrai’s? Este colgante es el único recuerdo de mi familia, ¿por qué ella tiene otro igual? El sonido de la máquina se hace más fuerte y al girarme veo que se aproxima hacia ella. Me dispongo a saltar para cambiar mi vida por la suya, cuando una mano me sujeta fuertemente y me lo impide. Me giro y veo a Shanna negando con la cabeza, pero yo quiero salvar a esa chica, necesito salvarla. Lamentablemente, me voy la vuelta sólo una fracción de segundo antes de que sea atropellada, y con su vida noto que se van mis ganas de vivir. No lo entiendo, ni siquiera conocía a esa humana, pero aún así siento que ya no vale la pena seguir en este mundo.


···


Hena

Hm, tanto grito para que al final esa chica muriera atropellada por el tren. En fin, así me será más fácil conseguir el colgante. Mientras todo el mundo está conmocionado por el accidente, bajo a las vías por detrás de la máquina, consigo entrar en el túnel sin ser vista y me pongo a buscar el cadáver. Y sigo buscando. No ha podido ir muy lejos, ¿no? La verdad es que ignoro la fuerza que puede tener un tren, así que miro el radar para ver dónde está el colgante, ¡pero el punto amarillo ha desaparecido! No es posible, ¿se ha vuelto a estropear? ¿justo ahora? Una de las cosas que me han enseñado durante todos estos años de entrenamiento es a no creer en las casualidades, así que me pongo a buscar a fondo el cadáver por el túnel, pero no consigo encontrarlo. Veo que se acercan varios humanos corriendo y asumo que si yo no he encontrado a esa maldita humana, ellos tampoco lo van a hacer, así que me escabullo entre las sombras y salgo sin ser detectada. No sé adónde ha podido ir esa chica ni por qué tenía el colgante, pero juro que los encontraré a ambos.

domingo, 6 de enero de 2013

V. Nela.

Debería maquillarme más a menudo.Quizá esté mal que sea yo quien lo piense, pero estoy preciosa. Mis ojos, perfilados de azul, lucen coquetos gracias al rímel que profundiza mi mirada y desvía las de los demás de mis permanentes ojeras. También tengo que reconocer que me sienta bien disimular la palidez a la que acostumbro.
Creo que el inusual brillo que enciende mis ojos al saber que voy a verle contribuye a que el espejo no me mire hoy con su habitual hostilidad. En fin, todo sea por Alberto. Incluso me he enfundado la única falda que mi armario escondía inseguro. Ni recuerdo la última vez que la paseé, pero nunca sabes cómo van a sorprenderte las calles.
Ya estoy lista. He quedado dentro de diez minutos en pleno centro, llegaré tarde. Tampoco es novedad. Bueno, que me espere. Lo bueno se hace de rogar, ¿no?
-Ciao, mami. Luego te veo, volveré pronto.
-Suerte con tu cita, cielo-me contesta entre risas.
-Eh, que no es una cita, sólo...
Bah, no merece la pena decir nada. En el fondo yo también espero que se dé bien.
Hay que ver qué bonita se ha vestido Madrid para mí. Su luz parece querer recordarme que todavía quedan razones por las que levantarse. “Gracias”, susurro inaudible. Que le debemos a esta ciudad ser y estar, a veces pareciendo, ¿qué menos que quererla? U odiarla. Pero como a nada.
Ando incómoda sin mis pantalones. Tal vez esté demasiado familiarizada a ellos. Mientras bajo las escaleras de entrada al subterráneo los echo especialmente de menos ya que mi impaciencia me hace acelerar en exceso el paso.
Estoy ansiosa. Y cómo se me nota.
Cuando salgo por fin del Metro lo primero en lo que me fijo es el reloj que corona Sol. No llego tan tarde. Le busco con la mirada entre la multitud que normalmente abarrota la plaza y nada. Tampoco me sorprendo, entre tanta gente... Me paseo despacio entre los transeúntes, aunque a medida que pasa el tiempo mi nerviosismo se apodera de mí y de mis pies. El sabor a tabaco de mi aliento se amarga aún más. ¿Dónde coño se habrá metido? Vuelvo de nuevo la vista hacia la enorme esfera que cada treinta y uno de diciembre despide el año en todas las cadenas de televisión. Ha pasado una hora. Una puta hora esperándole como una gilipollas.
Puede que tenga una buena excusa. Cojo mi teléfono y busco se número entre los demás. Le llamo. Una vez. Otra. Una más. La última. Nada, no me lo coge. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Dios.
Intento recuperar algo de serenidad. Estoy furiosa a la par que perdida. Angustia es todo lo que saboreo. Me pongo los cascos para tranquilizarme antes de decidir mi siguiente paso. Las notas que me invaden me invitan a querer más Madrid; volveré andando a casa.
Apenas llevo cinco minutos recorridos cuando siento que algo vibra en mi bolsillo. Involuntariamente esperanzada saco el móvil.
- Mery, mi amor, ¡cuánto tiempo! ¿Qué tal?- contesto algo decepcionada a la llamada.
No, no es él. Tenían razón los griegos, la esperanza es el peor de los males. Deberían impedirle a Pandora aferrarse a él. Es inútil.
Me hace ilusión saber de mi amiga, pero no puedo evitar que mi rostro tome un tono ácido. Sigo necesitando esa excusa.
Tras tres escasos minutos de conversación en los que intenta agobiada resumirme meses de vida en el extranjero puedo saber que está muy feliz. Se le nota. Debí haberme ido con ella cuando me lo propuso. Huir.
Me comenta que quiere verme.
-Cuando quieras, cielo. ¿Qué plan tienes para estos días?-pregunto.
-Sólo tengo plan para hoy. He quedado con el chico este, ¿te acuerdas? A ver si me ha echado de menos o qué- ríe-. Por cierto, ¿a que no sabes a quién acabo de cruzarme? A alberto, tu vecino -sus palabras se atropellan y de repente un nudo se rehace en la boca de mi estómago-. Está guapísimo. Iba con la chica esta...¿cómo se llama? Ah, sí, Ana. Pensaba que lo habían dejado, pero ahí estaban, muy cariñosos ellos...
Algo ha debido estar en mi cabeza porque ya no soy capaz de descifrar nada de lo que me está diciendo. Una náusea sube por mi esófago y consigue que por un momento pierda el equilibrio.
- María, lo siento, tengo que colgar ya- la interrumpo violentamente-. Hablaremos, ¿vale?
-P-pero, ¿estás bien?-replica desconcertada.
-Claro, sé cuidarme sola-le digo con incontrolada brusquedad-. Un beso, cariño-cuelgo.
Joder, cómo estoy perdiendo facultades para mentir. Hace tiempo que he dejado de saber cuidarme sola y eso ha sido totalmente legible en la desesperación de mi tono.
El ambiente de Gran Vía tapona ahora mi garganta y me agobia. Dirijo mi paso hacia la estación más cercana.
A punto de pasar el ticket, unos encargados de seguridad me advierten de que, debido a una huelga, hay paros y el subterráneo está a rebosar porque pasa tan sólo cada quince minutos. Bah. Qué coño más dará. No voy a volver arriba, la luz en este momento puede conmigo.
Me aproximo a las vías. No parece que haya tanta gente. Intento relajarme del todo respirando todo lo profundo que me permiten mis pulmones.
De súbito, empieza a llegar la muchedumbre. Más. Y más. Es acojonantemente surrealista. En apenas un rato coger aire me resulta prácticamente imposible.
Me estoy mareando. No dejo de reflejarme en la cantidad de rostros desconocidos que me enlatan. La cabeza me da vueltas y no soy capaz de sentir las piernas. Un empujón sin dueño me hace perder la poco quietud que me quedaba.
Siento algo frío bajo mi cuerpo. Cuando abro los ojos compruebo que se trata de los raíles por los que circula el metropolitano. Intento levantarme. No hay manera humana.
Busco ayuda. Grito. Mi voz no quiere ayudarme. Nadie parece haberse dado cuenta de mi caída. Soy completamente invisible.
Una voz robotizada anuncia por los altavoces la llegada del Metro en un minuto. Desespero en mi afán de erguirme. Joder.
Entre la gente que espera al tren (o mi fin) distingo unos ojos de otro mundo que sí me ven. Es un joven no especialmente agraciado, pero está bien esculpido y su atractivo me resulta familiar. Le conozco, sí, aunque no sé de qué. Él y yo...
El fuerte sonido del Metro aproximándose desvía mis pensamientos.
Es extraño, ni siquiera estoy nerviosa. Me he rendido. O ya lo había hecho.
Qué final más trágico. Probablemente sea mejor así. Siento cómo mi asesino se acerca poco a poco, a pesar de ser consciente de su rauda velocidad.
Oculto mis pupilas bajo sus párpados, desanclando mi mirada de la de aquel “desconocido”. Quizás me quedase mucho que hacer en vida, pero eso ya no tiene importancia.
¿Dolería?
Vuelvo a abrir los ojos buscando al joven. “Qué ingenua”, me digo cuando le encuentro, “pensé que sabría salvarme”.
Algo golpea fuertemente mi cabeza, apagándome. El resto del cuerpo he dejado de sentirlo.
Lo último que veo es sangre, mi sangre.
Y es que el desfigurado cadáver que he dejado no para de sangrar.
Una desagradable forma se desnuda ante mí, quitándose una capa negra con la que me envuelve. Aún así, sé verle la belleza al fin. Y a la muerte que ahora me abraza. Me resulta incluso cálido.
No, no ha dolido.
Tampoco quiero lloros, sino que me besen: sé a paz.



FIN DE LA PRIMERA PARTE

domingo, 30 de diciembre de 2012

IV. Alec.


- Llegas tarde.
- Lo sé.
- ¿No tienes nada que decir?
- Creo que quien tiene que dar explicaciones eres tú, no yo.
- Agh. Rae ya me avisó de que ocurriría esto, pero esperaba que tardaras algo más.

La mujer hizo un gesto de cansancio. Sin embargo, aquello no pareció importarle al chico, quien seguía mirándola de forma inquisitiva y acusadora. Shana suspiró, preparándose para lo que creía que sería una larga y densa conversación.

- No ves más allá de tus propias plumas, Alecai. Y sé lo que estás pensando. Crees que te hemos mentido, porque te prometimos una misión de extremada importancia y todo lo que hemos hecho ha sido caminar de un sitio para otro y recoger un libro. Sin embargo, esta es la misión más importante que los Anemoi han llevado a cabo en siglos. ¿Te suenan los nombres Actai e Impacts? O, como se diría en el idioma de la tierra en la que nos hayamos, ¿Actos y Consecuencias?
- Por supuesto, te recuerdo que saqué un Excelente en Historia de Nuestra Raza.
- Entonces, has de saber que el libro que viste ayer es Consecuencias, y que llevamos buscándolo durante más de doscientos años, desde que se perdiera en la Segunda Guerra Interracial. Si hubieras sido un poco más inteligente y no te hubieras cegado en tu prepotencia, quizá habrías comprendido que...

De repente, Alec comenzó a sentirse desfallecer. Aún no se había sentado desde que llegara a aquella sucia cafetería humana, así que intentó agarrarse a algo para no caer. Sin embargo, sus piernas le fallaron antes y fue a dar contra el frío mármol.

- ¿Alecai, me oyes? ¿Alecai? Rae me va a matar, prometí que le llevaría de vuelta sano y salvo, no me puedo creer que esté ocurriendo esto...

[…]

Abro primero un ojo y una luz blanca me ciega, así que lo vuelvo a cerrar. Me siento desorientado. No sé dónde estoy ni por qué me acabo de despertar, lo último que recuerdo es que estaba furioso por el desarrollo de la misión, y después... nada. Me duele la cabeza. Mucho, siendo sincero. También me quema algo en el pecho, justo donde debería estar...

- ¿Alecai? ¿Estás despierto?
- Señora, no puede estar aquí, ya se lo hemos dicho. El paciente está muy grave, sus constantes están disparadas. A decir verdad, debería estar muerto...

Quien repite mi nombre es, indudablemente, Shana, pero, ¿a quién pertenece la otra voz? Y, ¿a qué se refiere con eso de “paciente”? No estaré en...
Abro los ojos y, tras el deslumbramiento inicial, lo veo. Shana, que se muestra reacia a marcharse, un hombre con ropas blancas y algún tipo de artefacto, blanco también, que le tapa la cara, diversas máquinas a mi alrededor que emiten pitidos y ruidos, cortinas blancas, camas blancas, paredes blancas... Sí, debe de ser algún tipo de curandería humana. ¿Cómo se le ha ocurrido? Por supuesto que, según mis constantes vitales debería estar muerto, ¡si fuera humano! ¿Cómo ha podido pasar por su cabeza la idea de traerme a una curandería humana?

- ¡Alecai! Dime algo, por favor.
- ¿Cómo se te ocurre traerme aquí? - Increpo
- ¿Qué?
- Por favor, Shana, nuestro organismo es diferente al humano, aunque a simple vista no lo parezca. Para esta gente, ahora mismo debería estar muerto, ¿no lo entiendes?

Shana parece descolocada ahora.

- Va-vaya... No se me había ocurrido. Me alteré tanto...
- Ya veo. Da igual, déjame a mí. - Voy a intentar salir de esta.- ¡Doctor!

El hombre de la bata blanca abre los ojos de sorpresa y se apresura a acercarse a mí.
- ¿Qué? No puede ser, no puedes estar vivo y mucho menos hablar, tienes el pulso por encima del triple de lo recomendado.
- No se altere, lo de mi pulso tiene una sencilla explicación. Antes de desmayarme sufrí una increíble subida de adrenalina, que mi cerebro no pudo asimilar. Sin embargo, mi corazón mantuvo el tipo y es gracias a él que sigo vivo. Ahora lo que necesito es salir de aquí, quedarme quieto y tumbado es la mejor manera de que me dé un infarto de miocardio.

Estoy tan sorprendido como él por mi explicación. No tengo ni la más remota idea de dónde han salido esas palabras. Me viene una imagen a la cabeza... Parece un libro, bajo el título de Biología 4º ESO. No sé lo que puede significar, pero es el menor de mis problemas. Al menos, el hombre parece algo convencido. O quizá anonadado. En cualquier caso, será mejor que aproveche para salir de aquí sin tener que responder a más preguntas.
Busco la salida del edificio con Shana parloteando constantemente a mi espalda. Me siento cansado, pero necesito aire fresco. Me pica la espalda, o me escuece, más bien. Supongo que será por la cercanía del Datze Consillium. Entro a un baño a cambiarme la ropa, porque no sería muy inteligente pasearme por el hospital con la bata de enfermo, y busco una salida de emergencia por la que no llamar la atención. Damos varias vueltas por el edificio y en un par de ocasiones nos preguntan a dónde vamos, pero en ambas les pido la localización del aseo y no sospechan nada. Finalmente encuentro una puerta al lado del almacén de la limpieza y algo a la calle, medio desfallecido, aunque la fría brisa que corre me sienta bien. De repente, vuelvo a sentir la misma quemazón en el pecho de hace un rato. Llevo mi mano hacia él y ésta se topa con un bulto que, bajo la camiseta, sé que pertenece a Ebrai, el único recuerdo que conservo de mi familia. Mi familia... Por alguna razón, este pensamiento surge carente de emoción, pero al instante se transforma en un sinfín de sentimientos.
Sin embargo, hay algo que no entiendo. El colgante ha permanecido inerte durante diez años (desde que el comandante me lo entregara como herencia familiar, cuando apenas había cumplido seis), y ahora arde. No logro comprender por qué. Tengo que averiguarlo.
- Shana, necesito volver al hotel y echarme un rato, ¿sabes cómo llegar?
- Sí, está aquí al lado. Sigue esta calle hasta que cuentes tres construcciones cilíndricas de metal con luces, ¿las ves? Bien, tras la tercera, gira a la derecha y verás el hotel de frente. Yo tengo que hacer un par de recados, no te muevas de allí, no tardaré mucho.
Llego en poco tiempo a mi habitación y lo primero que hago es quitarme la camiseta. Ebrai está al rojo vivo, sin embargo, tan sólo lo noto un poco caliente. Lo cojo para quitármelo y noto un mareo inmenso, por lo que me tumbo en la cama. Lo veo todo borroso y se me cierran los párpados...

domingo, 14 de octubre de 2012

III

La confusión la aturdía. El dolor de sus nudillos intactos y el sabor ácido a frustración que se mezclaba en su boca con la menta de sus chicle le eran totalmente ajenos, pero lo que más le confundía era la seguridad en sí misma que de pronto se había apoderado de ella. Confiaba en que debía hacer algo grande y se sabía preparada para ello.
“Tranquilízate, Nela”, se susurró. Aunque no pudo evitar pensar que todas sus nuevas sensaciones guardaban relación con los extraños sueños que la agobiaban en cuanto sus párpados se rendían.
Un puño cerrado destilando rabia, Shana, el desengaño, una tal Rae, algo de impotencia, el maldito libro... Y él. Siempre él.
Levantó la vista, clavándola en el reloj incansable que presidía la clase colocado sobre la pizarra. Las 13:27. Había dormido por lo menos media hora.
Miró a su alrededor, algo perdida aún, dándose cuenta por los gestos costosos de sus compañeros de que no había sido la única en echarse una cabezadita. Al fijarse en sus rostros pálidos, algunos disimulados tras una capa de mal distribuido maquillaje, le recordó a algo que había oído por ahí y veía ahora tan cierto: parecían tan muertos...
Afortunadamente, el timbre que indicaba el fin de la jornada escolar interrumpió sus delirantes e indescifrables pensamientos.
Al menos hoy tenían una hora menos de clase. Se sintió aliviada. No quería estar allí. Aunque tampoco se le ocurría algún otro sitio en el que le apeteciese estar. Ahora sólo anhelaba soñar, aún sin entender por qué.
Intentó escabullirse del rutinario ritual que se producía a la salida del instituto, pero no fue capaz. Así que iluminó su rostro con una forzada sonrisa sostenida por hilos invisibles cada vez más débiles. Unos cuantos besos insípidos, abrazos gélidos y alguna que otra burla o insulto en tono amistoso que respondió ingeniosamente, como siempre, pero más desganada que nunca. Esquivó a sus compañeros con una mueca de aparente tranquilidad, intentando evitar preguntas sobre su estado anímico que no estaba dispuesta a responder, pero la ansiedad la ahogaba y decidió darse prisa en salir, no podría aguantar mucho más el gesto.  
Al llenar de aire sus pulmones, una vez pasado el umbral de aquel edificio, se sintió aliviada. Refugió sus manos en los bolsillos de la sudadera y su mente en los cascos. No conseguía comprender cómo unos ritmos tan fuertes como los que ahora excitaban sus tímpanos eran capaces de llegar a sosegarla.
Sintió “vida”, tal vez por primera vez en el día. Y, consciente del valor de momentos como ese, sus piernas comenzaron a caminar. Éstas sabían ya de sobra el camino de vuelta.
A pesar de la intensidad del volumen que la protegía, pudo escuchar un “Bu” tras ella. La sílaba se acompañó de unas manos que se aferraron a su espalda. Pretendían haberla alarmado, pero ella sabía perfectamente a quién pertenecían. Aún así, fingió sorpresa.
-Un día me matas del susto, eh- dijo mientras se desenchufaba del iPod, luciendo una sonrisa sincera. La primera en mucho tiempo.
-Lo sé- contestó él, igualmente sonriente.
Ambos rieron. Nela se sorprendió a sí misma con una carcajada que provocaba un brillo inusual en sus ojos.
Se sentía bien. Bien, con todo lo que ello suponía.
Era sólo un amigo, aunque últimamente le miraba distinto. Y ojalá pudiese seguir viéndole sólo como tal, pero.
¿Se estaría pillando de él? ¿El nudo que acababa de deshacerse en su estómago serían las famosas mariposas? Bah.
- ¿Quieres que te acompañe a casa?- propuso él.
-Como quieras, tío.
-Puedes sentirte una chica afortunada- zanjó, respondiendo su propia pregunta.
Y volvieron las risas.
La conversación, a veces incoherente, fue capaz de mantener el regocijo en ambos hasta que una sencilla despedida ya en el portal de la joven acabó con él, aunque el bien ya estaba hecho.
Afrontó las escaleras conductoras al primer piso con un sabor distinto en su boca; atrás quedó la frustración figurada y el chicle era ahora un insípido juguete para su lengua.
Odiaba el efecto que la sola presencia de ese chaval tenía sobre ella, pero se veía obligada a reconocerse que sus greñas descuidadas y sus rodeos con el brazo no le sentaban mal.
Abrió ágilmente la puerta con su llave, al grito de “Mamá, ya estoy en casa”. Se asomó a la cocina para dejar sus cosas y coger algo de comer. Su repentina alegría era muy palpable en su verborrea insaciable:
- Hoy he llegado antes porque la de lengua se ha puesto mala. El día pintaba mal, pero tampoco ha sido tan horrible. Estos últimos días tengo sueños muy raros, ¿sabes? Ah, y, por cierto, volviendo me he encontrado con Alberto y me ha acompañado hasta aquí. ¿Te acuerdas de cuando era peque’? Pf, pues no veas cómo ha cambiado. Si le vieses ahora, mami- sí, definitivamente su tono destilaba alegría-. ¿Qué tal tu día? ¿Alguna novedad por aquí?
Aunque la falta de respuesta la apaciguó poco.
-¿Mamá?- le preguntó al silencio. Y su implacable y única presencia la asustó. - ¡¿Mamáaaa?!- se oyó gritar, asegurándose de que su voz penetrara hasta en la esquina más recóndita de la casa.
Silencio de nuevo.
Su tranquilidad recién encontrada se esfumó del todo.
Intentó pensar racionalmente, imaginó excusas lógicas por las que la vivienda se encontraba vacía sin previo aviso, buscó desesperada motivos por los que contagiarse del sosiego de piso. Pero su nerviosismo no hacía más que aumentar y ella no encontraba a lo que aferrarse. Cuando un sollozo perturbó tímido el mutismo en el que se hallaba el ambiente. Y Nela sabía perfectamente de dónde provenía.
Corrió hasta el salón, esquivando torpemente los escasos obstáculos que encontró a su paso debido a su intranquilidad. Abrió con brusquedad la puerta de la estancia, siendo recibida por ella con una estampa de las mismas características que su intromisión.
Apenas creía lo que veía, aunque tampoco podría decirse que no se lo esperara.
-¡Joder, mamá, no!- aulló desolada- ¡Otra vez no!
Y se le quebró la voz. Temblaba, con los ojos vidriosos, al borde del llanto. El sabor a impotencia que ahora sentía en su saliva sí que lo reconoció como suyo.
-Nela, cariño, yo...-las palabras salían temerosas de su boca, pretendiendo servir como disculpa-. No te esperaba tan pronto, cielo.
Se irguió a duras penas, esforzándose sobrehumanamente para despegar el frío suelo de su piel y consolar a su hija. Intentó abrazarla, pero.
- Joder, apestas- escupió, mientras la apartaba con inconsciente violencia-. Llevabas diez meses, mamá, diez putos meses sin esa mierda en tu organismo. ¿Por qué cojones nos haces ésto, eh? Dime. Explícate- gritaba, desgarrándose por dentro, mientras las lágrimas emborronaban su mirada. Una mirada que no pudo evitar fijar en las botellas de sangría barata que se apoyaban en la mesa del centro de la estancia. Aunque rápido se arrepintió de su visión, moviendo sus ojos hacia una nueva mancha que reposaba en el sofá. Era roja. “Bien podría ser sangre”, se dijo.
- Lo siento, Vida, pero es que hoy hace dos años de lo de tu padre. ¿Te acuerdas, pequeña? Era tan...- se escuchaba de fondo, pero Nela había desconectado. Se sabía esos lamentos de memoria. Pensó en lo ingenua que había sido al confiar en que jamás tendría que volver a verse en esa situación.
“Nunca más”, le había prometido. “Nunca más”. Como si aún pudiese creer en las palabras de su madre.
Sintió náuseas.
Se disponía a salir, cabizbaja, cuando el eco de un golpe la distrajo.
Su madre se había desplomado, inerte. Pero Nela no se alarmó, conocía muy bien las fases de su embriaguez. Tras el desmayo, comenzaban los delirios. Y no pensaba quedarse a sufrirlos.  
Echó a su madre con toda la delicadeza que pudo sobre la tela raída del sofá y la arropó. También se deshizo del poco alcohol que aún contenían las botellas, mezclándose en el lavabo el rojo de la bebida con el brillo de sus lágrimas. Lágrimas que ni siquiera apartó cuando el frío de la calle acariciaba su palidez.
Nada más sentir el aire madrileño sobre su ropa, el cansancio acumulado durante sus quince años de existencia la oprimió desgarradoramente el pecho. Se sintió desfallecer. Pero no, no lo hizo, sino que echó a andar.
Sus pies se sincronizaron, guiandola hacia ninguna parte. Tal vez el sitio más suyo en la Tierra. Y éstos mismos que ahora la movían decidieron que ella sabría cuándo parar.
No lo hizo hasta que la noche estuvo a punto de penetrar en el paisaje. Nela miró a los lados, sin ser capaz de reconocer ninguna de las sombras que la rodeaban. Pero no quería volver. No, todavía no.
Entre la escasa luz que proyectaban las farolas a su alrededor, algo llamó su atención.
La fachada decrépita de la casa que se encontraba justo a su lado pareció decir su nombre. Quizá la ruina que Nela predijo que encontraría allí le recordó a la que ella misma escondía. Así que, sin dudarlo, entró.
El chirriante sonido que produjo la puerta al ser empujada la advirtió de que hacía ya mucho tiempo que nadie intentaba siquiera entrar en aquel lugar, pero ese detalle no la echó para atrás. El interior parecía enorme, aunque la penumbra casi total que la rodeaba no le permitió descifrar mucho más. A pesar de ella, siguió investigando. Palpaba las paredes, arrastraba los pies cautelosamente, analizaba las esquinas. Se topó con un par de ratas y alguna que otra telaraña, pero no paró.
No podía entender por qué, pero le gustaba aquel lugar. Se sentía indescriptiblemente segura entre sus muros y su polvo. Parecía estar soñando.
Así que siguió avanzando, sumida en la más absoluta oscuridad, a tientas entre las ruinas de ese sitio.
La misteriosa aura que la embriagaba parecía separarla de todo lo terreno. Allí, sus preocupaciones perdían sentido y.
Quizá se había topado con algo que algún día pudiese considerar hogar. Continuaba ensimismada en destapar todos los rincones de la residencia. Cada uno de los pedazos de cemento con los que chocaba parecían tener una historia para ella. Exclusivamente para ella.
Hasta que tropezó. La forma con la que habían colisionado sus zapatillas no se asemejaba en nada al resto de piedras que se mantenían en los vestigios de lo que aquel espacio fuera en algún momento, así que quiso poder reconocerla. Sus dedos pudieron descifrar un libro o algo parecido, pero la inmaculada oscuridad en la que se hallaba no le permitió aventurar nada más.
Decidió llevárselo y entender aquel tonto tropiezo como un adiós por parte del caserón, por lo que dispuso que era un buen momento para irse.
Emprendió un cauteloso camino hacia la salida, analizando de nuevo cada uno de los rincones que ya antes había recorrido, pero esta vez con el obsequio que aparentaba haberle dado el lugar abrazado a su pecho, cercano a sus latidos.
El gritito tenebroso de la puerta que la había recibido la despedía ahora, mientras Nela se prometía que volvería.
El frío que le acogió en la calle no era muy distinto al de dentro de los muros, pero se le erizó la piel, alarmada. Al menos le sirvió como pretexto para darse prisa.
Las sombras que la rodeaban no le inspiraban demasiada confianza, así que se aferró fuertemente a su nuevo libro y comenzó a correr, sabiendo por instinto hacia dónde había de dirigirse.
Cuando se quiso dar cuenta estaba ya en casa. Era sorprendente la facilidad que tenía la oscuridad de las aceras para tranquilizarla; y más teniendo en cuenta que ésta entre las cuatro paredes de su celda (eso que presentaba como su cuarto a las visitas) le resultaba a menudo angustiosa.
Al verse frente a su puerta se percató de que no llevaba llaves. La prisa con la que huyó de su “hogar” no la había dejado darse cuenta de ese ínfimo detalle. Dudó si llamar al timbre, pero encontrarse con el rostro enfermo de su madre abriéndole con pulso agitado no le pareció buena idea. Se le ocurrió probar suerte y la hubo: la entrada estaba abierta.
Recorrió a hurtadillas el estrecho pasillo que cruzaba todo el domicilio, respetando el cargante silencio en el que estaba sumida la vivienda otra vez.
Aún con el libro pegado a su tórax, se internó en el salón. Entre las tinieblas que todavía inundaban el piso distinguió la silueta de su madre. Parecía no haberse movido en todo el tiempo que Nela había estado fuera. Se acercó recatadamente a ella y comprobó sus latidos y sus respiraciones. Aún olía a alcohol, pero vivía. “Bueno, sobrevive”, pensó ella para sí. Y aproximó sus labios al calor de la frente de su madre, besándola dulcemente mientras le acariciaba la tez.
- Te quiero, mami-susurró-, a pesar de...- y rápidamente se retractó. Hay cosas que es mejor jamás pronunciar en alto.
Un breve gemido pareció responder “Y yo”. O quizá un “Lo siento”.
Pero luego más silencio.
Absorta en él se fue a su habitación. El cansancio incrementó el peso de sus párpados. Veía hasta factible dormir bien tras un día tan horrible.
Aunque el libro que todavía sostenían sus manos llamaba mucho su atención, decidió que ya había sido suficiente. Demasiada intensidad para un sólo día, tal vez. Ya habría otro momento.
Lo abandonó sobre su escritorio, cuando un ruido en el suelo la despistó. Se había caído algo de entre sus ajados folios. Lo recogió de entre la penumbra. Era un colgante. Se desnudó y se lo puso, sin apenas haberlo visto. Encendió la luz para observarlo. Era bastante discreto, pero precioso.
Se miró también a ella con él en el espejo. De repente, su reflejo la convencía algo más. Se sonrió a sí misma, aun careciendo de razones.
En seguida se puso el pijama y se metió en la cama. Volvió a apagar la bombilla del techo que aquella noche había decidido no comer, a pesar de. Ella se pagó con la luz. El cansancio la pudo, cerrando con sus ojos el telón al mundo.
Sus pensamientos cesaron y la caricia de la sábanas sobre ella decidió obviar por un día la habitual ansiedad nocturna que la acostumbraba a ahogarla.
La delicadeza de ésta trajo a su memoria la dulzura con con la que su abuela solía arroparla. Recordó su infancia y la oración sincera a la que se entregaba a la que se entregaba todas las noches, como ella le enseñó. ¿Cuándo había perdido la fe? Tal vez con sus principios. Ésos por los que combatía firme ante la mirada atenta del resto en su empeño de dar lecciones de moralidad donde no se le habían pedido y de los que a veces dudaba.
La fe sólo le exigía creer, sus principios crecer. Y no quería. O no sola.
Se odiaba en soledad. Se odiaba ahora.
E impotente ante este sentimiento hacia sí misma permitió que su mente sucumbiera ante Morfeo.

viernes, 5 de octubre de 2012

II

Un libro. ¡Un libro! El chico estaba furioso. Tras siete largos años de preparación, estudio y entrenamiento, en su primera misión oficial le enviaban a recoger un libro. ¡Un libro! Era el integrante más joven de la Bórea Mayor, superaba con creces a todos los de su edad, había completado pruebas físicas y de logística con mejores resultados que la mayoría de los Anemoi, y se atrevían a usarle como un vulgar mensajero. No, no lo iba a permitir, tendría que hablar de todo esto con Rae. ¡Le habían engañado como a un tonto! Pegó un puñetazo a la pared del motel en el que había pasado la noche, sintiendo al instante una punzada de dolor que subía por sus nudillos y rompiendo un par de ladrillos. Vaya, tendría que mover algún cuadro para ocultar aquello. Pero ese no era el problema, ¡le habían engañado! Toda esa verborrea sobre el honor, cumplir el deber para con su gente, misión de extremada importancia... ¡Bah! Meras palabras vacías utilizadas de forma excelente para convencerle a él de hacer el trabajo aburrido que nadie más quería.
Debería haber sospechado de tanto secretismo, pues apenas le habían explicado los detalles de la misión. Recordaba cómo en su periodo de prueba, antes de cada trabajo, tenía largas charlas con los Instructores, y en esta ocasión nada. Un par de recomendaciones, le habían comentado también que, al ser su primera misión, iría acompañado de un supervisor, y ya. Seguro que le habían ocultado la información para que no se negara a realizar la empresa. ¿Cómo había podido ser tan tonto? Una cosa estaba clara: Rae tenía que estar detrás de todo. En su afán protector hacia él, por mucho que destacara sobre el resto de los Anemoi, le había enviado a una segura y aburrida misión en lugar de incluirle en alguna internada a un poblado de Trolls del Norte, donde se le necesitaba más, ante la inminente guerra.
Además, estaba este lugar... No sabía por qué, pero no le gustaba. Le ponía nervioso, él, su absurdo paso del tiempo, y sus habitantes. Sobretodo sus habitantes, tan... muertos. No había brillo en sus ojos, ni magia en sus sonrisas. Era como si vivieran en un continuo otoño. En blanco y negro. Y, sin embargo, le resultaba familiar, como si ya hubiese estado antes caminando por esas calles. Y eso le ponía más nervioso aún. Miró el reloj. La manecilla grande marcaba las nueve, mientras que la pequeña se hallaba entre las siete y las ocho. Eso significaba que llegaba tarde a su desayuno con Shana, aunque no estaba muy seguro de cuánto. Se dio una ducha rápida, se puso la ropa del día anterior, pues no tenía otra, y salió de la habitación, dejando en ella lo mismo con lo que había entrado: nada.

martes, 2 de octubre de 2012

I

La luz que traspasaba sus párpados la molestaba. Abrió los ojos intentando descifrar las formas que la rodeaban. Pronto las reconoció: estaba en su habitación. Sólo había sido un sueño, pero.
Parecía tan real.
Además, hacía tiempo que éste se repetía. Siempre el mismo tono apagado, siempre las mismas voces, siempre Madrid envuelto en una aureola de misterio mágica. Siempre él.
Aunque decidió restarle importancia. “Sólo es un sueño, tía”, se dijo. Y su habitual escepticismo no opuso resistencia a su razonamiento.
Se revolvió sobre su colchón, estirándose. A pesar de su enigmática somnolencia, había descansado. O esa sensación tenía.
Se deshizo de las sábanas que la cubrían, concienciándose de que lo que ahora empezaba era rutina. Rutina de la que quema, deshaciéndote en cenizas.  
Anhelaba cada vez más su mayoría de edad. Creía que ésta suponía libertad. Necesitaba poseer su vida, ser suya. Pero todavía le quedaban tres años, y el tiempo para ella pasaba demasiado lento. Bueno, el tiempo nunca estuvo a su favor.
Se desnudó, impresionando al espejo con su figura. Le gustaba cuidarse y eso se notaba en su reflejo. Era consciente de que su cuerpo era capaz de inspirar muchos suspiros, pero jamás le dio importancia. Le costaba quererse. Y más teniendo en cuenta que las permanentes ojeras que lucía su rostro bajo el verdor de su mirada solían ahogar dichos suspiros.
Cogió lo primero que pudo del armario y se vistió ágil. Ni siquiera maquilló su palidez o cepilló su pelo. Se limitó a recogerlo en una rápida coleta y se lavó la cara. Volvía a llegar tarde. Se calzó unas deportivas cargándose su mochila a la espalda mientras buscaba algo para desayunar. Un “Mamá, me voy corriendo, luego te veo” sin respuesta sirvió como única despedida.
“Todas las mañanas lo mismo”, pensó mientras el frío del pomo penetraba en sus dedos. Pensó también en lo que le esperaba: un día colmado de sonrisas vacía, halagos hipócritas y alguna que otra carcajada sincera en aquel carnaval de máscaras sin encanto que representaba para ella el instituto.
De repente, una imagen se reveló en su mente: oscuridad, una camisa, frío, un libro.
“Ojalá”, suspiró ya cansada, “ojalá estuviera ahora soñando”.
Y cerró la puerta tras ella.

lunes, 1 de octubre de 2012

Prólogo.

- Se retrasa más de una hora. Quizá haya cambiado de opinión…
- Vendrá.
- ¿Cómo estás tan segura?
- Digamos que somos… viejos conocidos.

La noche caía a plomo sobre las calles de Madrid, con ese frío seco que cortaba labios y despejaba mentes. Sin embargo, las dos figuras, una de ellas vestida con una camisa y vaqueros y la otra con una falda y una fina camiseta de tirantes, no parecían percatarse de ello.

- Además, ten en cuenta que aquí el tiempo transcurre más rápido. – Objetó la mujer.
- Hm. ¿Te llegas a acostumbrar algún día?

El chico, joven y bien esculpido, parecía intranquilo. A su lado, la mujer, que aparentaba una edad cercana a los cincuenta, mostraba, sin embargo, una firme paciencia.

- Te adaptas, - respondió ella - pero nunca deja de resultar extraño.
- Aún no comprendo cómo pudiste aceptar este puesto. En este lugar.
- Tengo mis motivos.

Silencio.

- Oh, ¡ahí está! – Exclamó la figura de la falda, mientras sus ojos adquirían un matiz de curiosidad.
- ¿Dónde? – Preguntó el joven – Yo no veo a nadie.
- Por favor, Él no, niño estúpido. ¿De verdad creías que se iba a dejar ver? Pero observa ahí, ha cumplido su parte del trato.

Y, en efecto, sobre un banco situado unos metros a la derecha de ambos, había un único libro. De aspecto tan antiguo, como valioso, cuyo título rezaba…