lunes, 1 de octubre de 2012

Prólogo.

- Se retrasa más de una hora. Quizá haya cambiado de opinión…
- Vendrá.
- ¿Cómo estás tan segura?
- Digamos que somos… viejos conocidos.

La noche caía a plomo sobre las calles de Madrid, con ese frío seco que cortaba labios y despejaba mentes. Sin embargo, las dos figuras, una de ellas vestida con una camisa y vaqueros y la otra con una falda y una fina camiseta de tirantes, no parecían percatarse de ello.

- Además, ten en cuenta que aquí el tiempo transcurre más rápido. – Objetó la mujer.
- Hm. ¿Te llegas a acostumbrar algún día?

El chico, joven y bien esculpido, parecía intranquilo. A su lado, la mujer, que aparentaba una edad cercana a los cincuenta, mostraba, sin embargo, una firme paciencia.

- Te adaptas, - respondió ella - pero nunca deja de resultar extraño.
- Aún no comprendo cómo pudiste aceptar este puesto. En este lugar.
- Tengo mis motivos.

Silencio.

- Oh, ¡ahí está! – Exclamó la figura de la falda, mientras sus ojos adquirían un matiz de curiosidad.
- ¿Dónde? – Preguntó el joven – Yo no veo a nadie.
- Por favor, Él no, niño estúpido. ¿De verdad creías que se iba a dejar ver? Pero observa ahí, ha cumplido su parte del trato.

Y, en efecto, sobre un banco situado unos metros a la derecha de ambos, había un único libro. De aspecto tan antiguo, como valioso, cuyo título rezaba…

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